Al
Gran Hotel estuvo viniendo, durante muchos años, un señor soltero, militar
jubilado, muy aficionado a los toros. Los clientes que lo conocían de otros
años, esperaban con interés la noche que hacía demostración del toreo de salón.
Después de la cena, se reunían en el salón y don Fernando, que así se llamaba,
bajaba de la habitación su capote y como un maestro experimentado daba lances
de todo tipo: verónicas, revoleras, chicuelinas, medias verónicas, faroles,
gaoneras, largas… todo un repertorio. Al final de la “faena” aparecía Augusto
Moreno Ballesteros, conserje, haciendo de mozo de espadas, con un vaso de agua
en un plato y una servilleta en el brazo para que el “maestro” se refrescara,
tomándoselo éste muy en serio bebía un buchito y se secaba con la
servilleta. Ni que decir tiene los
aplausos y olés del “respetable”, que pasaba una velada muy entretenida.
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