sábado, 25 de octubre de 2014

15.- Reconstrucción del Gran Hotel Balneario

Finalizada la Guerra Civil (1936-1939), y recuperado el patrimonio, la sociedad acordó reconstruir el Gran Hotel Balneario que aún se encontraba tal como quedó al terminar la contienda, habiendo sido durante la misma Hospital Militar y sede del 318 Batallón de la 80 Brigada Mixta, que también ocupó otros edificios en el pueblo, (estos últimos datos de “Villa de Marmolejo”).

Planificadas las obras, en 1942/43 se encontraron que en el pueblo no había ni agua potable general, (los carros cuba surtían al pueblo), ni alcantarillado. Decidieron subir el agua del río desde una toma que había, y hay, en el muro de protección de Fuente Agria, para regar los jardines y el parque, (en aquellos años el río no tenía la contaminación de hoy) así que con la motobomba que estaba instalada en el pozo del transformador, elevarla hasta la alberca de la huerta que estaba frente al hotel y de ahí pasando la carretera y el jardín almacenarla en un gran aljibe existente detrás del hotel. Las aguas negras se vertían en una fosa séptica de 2 secciones detrás del edificio Casa Gerencia.

Inaugurado el 1º de septiembre de 1945 se cubrió, como en 1923, la falta de un alojamiento superior a todos los que había en la población, para clientes de una categoría social y económica, que hasta entonces no acudía por falta de un hotel adecuado. Igual que entonces, estaba dotado de los últimos adelantos en hostelería, que hacían de él un hotel moderno y confortable. Abierto desde el 1 de abril al 31 de mayo y del 1 de septiembre al 31 de Octubre.

La dirección la llevó Joaquín Valentín, que había trabajado en el Hotel Ritz de Madrid, y como encargada general su esposa Lupe. Este director era un profesional de la hostelería muy riguroso, tanto en el trato atento al cliente hasta el más mínimo detalle para ofrecerle el mejor servicio, no como el del hotel de donde procedía, al no tener éste las mismas proporciones, pero sí lo más completo posible. El personal de comedor, cocina y recepción-administración, los traía de Madrid.

Un problema que no se solucionó, para el día de la inauguración, fue el de la instalación del teléfono en el hotel. Solicitado con tiempo a la Compañía Telefónica Nacional de España, así se llamaba entonces Telefónica, por las razones que fuesen, posiblemente falta de material, llego el día y el teléfono no estuvo instalado, dándose la circunstancia que ni en todo el mes de septiembre ni en el de octubre, estando los clientes y la dirección del hotel incomunicados esa temporada. ¿Cómo se solucionó? pidiendo el favor al dueño del teléfono más próximo, para recibir y hacer llamadas desde él. ¿Cuál era este? 
La fábrica de anisados Anís Marmolejo, conocida como el “alambique”, estaba situada junto al hotel, en la misma acera subiendo hacía el pueblo. El propietario Luís Espinosa, viendo el problema accedió, muy amable, a que desde su teléfono los clientes hicieran sus llamadas y las recibieran. Al terminar de hablar se pedía a la centralita el importe para abonarlo al Sr. Espinosa y cargarlo en factura al cliente.

Por las gestiones que he hecho, en aquel año 1945, los teléfonos que había instalados en el pueblo podrían ser unos 30, y el alambique tenía el número 8. Estos teléfonos estaban sujetos a la pared y en la parte derecha tenían una manivela para llamar a la centralita, el auricular estaba colgado a la izquierda y unas campanillas en la parte superior, como las de algunos despertadores, que daban la llamada. La centralita estaba en la calle Iglesia, en el “angostillo”, la casa siguiente a la de don Julio Vizcaíno. Las líneas interurbanas que tenía esta centralita eran dos; una con Córdoba y otra con Andújar. ¡Por esas dos líneas pasaban todas las llamadas que se hacían desde Marmolejo a toda España y las que recibía! Hoy en 2014, por mucha imaginación que se ponga cuesta comprende esto. Pero hay más, al pedir a la centralita hacer una llamada fuera de la localidad, eso era pedir una conferencia, se daba el nombre de la ciudad o pueblo y el número, tomaban nota y se le preguntaba qué demora tendría. Demora sí. Esta podría ser entre una hora, o dos.... !!o cinco...¡¡ según a donde se llamara.

Las personas, tanto del pueblo como agüistas, que no lo tenían y necesitaban comunicarse con algún familiar u otro caso, acudían a la centralita y pedían a la telefonista un “Aviso de conferencia” para que una determinada persona que residía en tal ciudad o pueblo, acudiera a aquella centralita a una hora determinada para hablar con ella. Igual ocurría desde otras ciudades o pueblos hacia Marmolejo. Telefónica tenía un servicio de reparto de estos avisos. 

Marmolejo en aquel tiempo tendría unos 6.000 habitantes y, más los agüistas, en temporada habría una población de… pongamos 8.000 personas. Pero en aquel tiempo lo normal no era, como ahora, hablar por teléfono, lo normal era escribir cartas. Las industrias, comercios, familias, los soldados con las familias y las novias, todos se comunicaban por carta. Se daban casos en los que, personas que no sabían leer ni escribir (que los había) recibían cartas, y terceras personas se las leían  y las contestaban en su nombre. El teléfono en aquel tiempo, era un lujo y escaso.


Al año siguiente instalaron el teléfono en el hotel, el número 21, de las mismas características que el del “alambique”, estaba en la conserjería y un supletorio en una cabina para hablar el cliente. Con el tiempo fueron ampliando la centralita del pueblo, instalando teléfonos a más abonados, luego cambiaron los de manivela por unos semiautomáticos, hasta que en el año 1977 instalaron los automáticos. 

En el hotel pusieron una centralita y teléfonos en las principales habitaciones desde los que el cliente podía hacer él las llamadas. Hay una anécdota de una persona que ponía avisos de conferencia a un familiar que vivía en un pueblo de Sevilla y que ya tenía teléfono, al enterarse de que con el automático desaparecerían la centralita, la telefonista, y el locutorio, y que habría cabinas instaladas en el pueblo para llamar directamente, ignorante de la tecnología que había entre él y su familiar, se preguntaba 

"¿...y este aparato como va a saber que yo quiero hablar con un familiar que vive en un pueblo de Sevilla?  "

De vivir hoy se asombraría de cómo con los móviles de última generación o las tabletas, entre otras muchas cosas, puedes hablar con él y verlo al mismo tiempo. Seguro que diría que eran cosas diabólicas.

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